Soy de una generación que aún tuvo que estudiar en escuelas separadas para
chicos y chicas. Hasta que no llegué al bachillerato no pude compartir pupitres
con compañeras y lo hice en el que había sido, históricamente, el instituto femenino de la ciudad. El mundo se abrió para mí cuando pasé de la férrea
educación de un colegio en el que se respiraba machismo, religiosidad extrema,
altas dosis de clasismo y muy poca libertad, a una clase en la que sólo
estábamos tres varones y las compañeras no me hablaban de motos, monterías y
futbolistas, sino de Violeta Parra, de Silvio Rodríguez o de García Márquez.
No sé si será por esa parte de mi pasado, pero no puedo entender a los que
defienden la segregación, a los que creen que separar a un grupo de personas
por motivos sociales, políticos o culturales puede tener algo de positivo. Y no
soporto que me intenten aducir razones pedagógicas o psicológicas para sostener
la existencia de centros escolares para niños y para niñas, porque educar es
formar ciudadanía para la sociedad. Y en la sociedad, de momento, vamos a tener
que convivir todos los géneros, razas y colores.
Ayer se hacía eco este periódico de la polémica surgida en Francia por la
organización de un festival al que solo pueden asistir mujeres negras. La
extrema derecha ha reaccionado contra esta idea (quizá porque son negras), y
organizaciones tan poco sospechosas como SOS Racisme se oponen radicalmente a
este tipo de segregaciones, porque si un acto es público, jamás debe establecerse
ningún criterio discriminador.
La cuestión es que desde hace menos de un año me he visto varias veces en
medio de algunas discusiones sobre la idoneidad de hablar sobre feminismo o
sobre nuevas masculinidades en grupos denominados no mixtos. Incluso a finales
de agosto participé en un taller de este tipo, con muchas dudas, y he de
reconocer que desde entonces no dejo de darle vueltas a la cabeza. Uno es
consciente de que los varones suelen invadir los espacios comunes, acaparar el
tiempo de las intervenciones y silenciar otras voces, pero empiezo a plantearme
si no estaremos equivocándonos de pleno intentado solventar por separado lo que
hay que solucionar conjuntamente.
Creo que esas mujeres negras francesas podrán tener motivos para
discriminar en sus actos públicos a mujeres de otra raza o a varones de su
misma raza, pero me temo que el empoderamiento de las mujeres o de las minorías
discriminadas en el mundo no se logra creando pequeños guetos o islas donde
sentirse a gusto. Quizá sea mejor hacer copartícipes a quienes no son como
nosotros de la necesidad de que nos acompañen en esas luchas. Me lo preguntaba una
buena amiga hace unos días: ¿No estaremos con este tipo de actividades no mixtas
dando argumentos a quienes defienden la segregación en las escuelas? Espero que
no volvamos atrás y que el machismo, cuya violencia mata cada día, desaparezca
con la ayuda de todas (y todos).
Publicado en el diario HOY el 31 de mayo de 2017
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