09 agosto, 2017

Prementiras y posverdades



Hace años que le escuché a un periodista apellidado Morales que la opinión no creaba opinión, que lo único que ayudaba a que la gente pudiera tener sus propios puntos de vista era proporcionar la mejor información posible, la más contrastada y la que no estuviera manipulada de forma interesada por las partes interesadas en la cuestión.

No andaba desacertado aquel periodista porque, salvo excepciones, la gente va buscando en cada columna de opinión o en cada editorial la munición para poder afianzar sus posiciones iniciales y casi siempre se pasa de largo de aquellos autores que presuponemos que van a decir lo contrario de lo que pensamos. Como parece que esta es una costumbre demasiado arraigada en nuestros comportamientos y no estamos dispuestos a escuchar las razones del contrario, al menos deberíamos esforzarnos en conseguir una información de calidad que nos permita ser muy libres a la hora de decantarnos por aquello que más nos guste o que esté más cercano a nuestros principios.

El escenario ha cambiado mucho: ahora sería casi imposible que nos timaran como con la imagen de aquel cormorán impregnado de petróleo, que creíamos que era una víctima de los vertidos de Saddam Hussein al golfo Pérsico en 1991, pero que finalmente resultó ser un vídeo de la catástrofe del Exxon Valdez en 1989.  Que cada ser humano lleve una cámara en el bolsillo y esté dispuesto a grabar todo aquello que le parezca curioso es un arma de doble filo, ya que nos trasporta la realidad cruda al instante de punta a punta del globo terrestre, pero nos convierte en blanco de un gran hermano incontrolado e incontrolable.

Por eso es cada vez más necesario que haya medios de información con criterio e imparcialidad suficiente como para no entrar en la cadena de montaje de posverdades que parece haberse iniciado con la era Trump. Y uno de los primeros pasos para ello consiste en llamar de la misma manera a todo aquello que es igual o casi idéntico. Si alguien pone una bomba al paso de unos policías no podemos hablar de manera impersonal de una explosión de violencia sino de un atentado, porque cuando definimos las cosas de manera diferente en función del sujeto o el objeto directo de la frase estamos adulterando los ingredientes que cada uno debe usar para elaborar sus propias posiciones.

Hay quien dice que la posverdades podían haberse llamado prementiras. Puestos a elegir casi me gusta más aquello de hechos alternativos que es el nombre que les dio Kellyanne Conway, la consejera del presidente norteamericano. Más que nada por el enorme juego literario que nos dan si los contraponemos a los “hechos reales”, que es lo que nos están hurtando en ese cambiazo. Si no tenemos armas para defendernos de quienes pretenden hacernos creer falsas realidades, entonces estaremos en manos del primer insensato que tenga un altavoz muy poderoso. Y para eso necesitamos medios muy libres y periodistas más libres todavía. ¿Los tenemos?

Publicado en el diario HOY el 9 de agosto de 2017.

 

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