04 abril, 2018

Hagan juego



Al principio de la crisis, cuando en todas las ciudades comenzaban a cerrarse negocios y no había calle sin media docena de locales vacíos, reparé en que solo se abrían tres tipos de negocios: los que compraban oro, los que quitaban pelos y los que te esculpían las uñas para dejarlas como una acuarela japonesa. Ha pasado ya un tiempo y no sé si esos negocios siguen en la cresta de la ola o han sido sustituidos por otros, pero un domingo por la tarde me di cuenta de que toda la publicidad que me rodeaba era de apuestas. Al poco tiempo me sorprendió una conversación en el tren que me dejó perplejo: unos jóvenes, que no tenían ni 20 años, se pasaron una hora hablando sobre lo que habían ganado y perdido en el arte de jugar. Uno de ellos contó que estuvo a punto de llevarse miles de euros en una complicada apuesta múltiple y que falló por el resultado del Bristol frente al Norwich, que ya hay que tener vicio y ganas para seguir al dedillo los resultados de la segunda división inglesa.

Lo anecdótico se tornó en tragedia cuando un programa de radio me puso en la pista del nuevo perfil de ludópata al que tienen que atender los especialistas, y que ya no es el señor de las tragaperras del bar de la esquina, ni la señora que se sienta en un bingo desde las cuatro hasta la medianoche. Hoy los ludópatas no salen de casa o, como mucho, se acercan a esos locales de apuestas que están proliferando en los barrios más humildes.

Algunos tenemos dudas sobre si la mejor manera de acabar con el desempleo y con la falta de tejido productivo sea jugárselo todo a cartas que te prometen una recompensa rápida y golosa. Me cuesta creer que alguien vaya a invertir 1.000 millones, a crear 2.000 puestosde trabajo y construir 3.000 plazas hoteleras en un territorio que está lejos de los grandes núcleos de población, con un aeropuerto de dos vuelos diarios y sin un kilómetro de tren electrificado. Me pregunto de dónde van a salir los clientes de esos parques de ocio familiares y qué les haría preferir nuestra región. También creo hay un par de precedentes, el de Eurovegas en Madrid y el de Gran Scala en Aragón, que deberían servir para intensificar la prudencia antes de volcarse en fabricar leyes a la medida del primero que pase por aquí.

A algunos puede parecernos más sensato creer en la economía verde circular, apoyar sin remilgos a quienes investigan en estos campos y calcular de manera innovadora e inteligente cuál es el modelo productivo que más le conviene a nuestra tierra en un mundo como el que se avecina. Si la gran apuesta es conseguir una gran inversión que rebaje de golpe las cifras de desempleo, me temo que estamos ante una jugada muy arriesgada. Habrá que pensársela muy bien y no dejarse tentar por lo de “hagan juego, señores”.

Publicado en el diario HOY el 4 de abril de 2018. 



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